Hoy en día, el mundo moderno nos exige mucho como mujeres y hombres, pero también las demandas como padres ha cambiado y para tener un bebé en estos tiempos hay que tener un conocimiento muy amplio con respecto al desarrollo infantil y el cuidado emocional. El estudio del mundo de los niños y su complejidad ha traído mucha claridad para la comprensión de la manera en la que se desenvuelven. Sin embargo, como padres es importante entender y decodificar lo que es relevante para nosotros y para lo que queremos para nuestros críos y de esta manera no caer en la sobreexigencia parental.
En ocasiones es tanto el bombardeo de información y la presión por seguir con las pautas de crianza impuestas, que como papás tenemos una necesidad de tener todo bajo control y esto nos empuja a funcionar de manera mecánica con los niños.
Con la pandemia esto se ha exacerbado. De un día para otro se nos pedía, en mayor medida a las madres, cumplir ya no solo con el rol exclusivo de madre, sino también de maestra, de cuidadora del hogar y en muchos casos, además, continuar ejerciendo nuestra profesión. El tema es que había una sensación generalizada de tener que cumplir con todas estas tareas sin tropiezos, y el resultado era siempre una sensación de insuficiencia.
En teoría, la meta de toda parentalidad es la de ejercer de manera adecuada nuestras funciones, porque sabemos que como papás somos las figuras que guíamos, contenemos y estructuramos a los niños. Pero la pregunta es ¿de qué manera vamos a ofrecer a nuestros hijos una figura de identificación fuerte si nos colocamos en un lugar de alguien que no quiere cometer errores? Esto es importante para no caer en la sobreexigencia parental.
Ejercer la parentalidad desde este único ángulo, nos coloca forzosamente en un lugar moralista, partiendo siempre de lo que deberíamos ser o hacer sin tomar en cuenta lo que queremos para ellos. El resultado final, al forjar una crianza sólo desde el “deber ser”, es que los padres vivimos con mucha ansiedad y los niños la reciben. Se transmite entonces la poca tolerancia a la frustración y los niños crecen con un pequeñísimo margen de error, quedando sacrificado su auto concepto y auto confianza para salir al mundo. La sobre exigencia actual sombrea el poder de decisión, evita el pensamiento crítico y le quita autenticidad al vínculo.
La crianza funciona como una espiral; es decir, conecta con la forma en que cada uno fue criado y esto presenta un sin fin de avatares porque nuestro accionar está dirigido siempre por procesos inconscientes.
Pensar a los padres con un control total y con todas las respuestas también tiene muchas consecuencias. Los excesos en la crianza pueden convertirlos en figuras que sofocan, que todo resuelven, que devoran. Esta manera de funcionar cierra la posibilidad de que el niño se separe y busque afuera una vida propia, produciendo una relación tan cercana con la madre o el padre que crea barreras en el crecimiento emocional.

Donald Winnicott, un psicoanalista inglés que fue también pediatra, habló de “la madre suficientemente buena”, y explicó que el bebé conoce el mundo precisamente porque la madre (o el cuidador primario) le ayuda a interpretarlo. Se espera que la madre esté presente y disponible emocionalmente para metabolizar la ansiedad del mundo interno y externo para que el ambiente no se sienta tan amenazante.
Lo que subrayo de este valioso concepto es el de ser suficiente, no total, no perfecta. No caer en la sobreexigencia parental. Las mamás también tenemos nuestras propias ansiedades, también nos agotamos, dudamos y nos frustramos. El desarrollo es un interjuego entre la gratificación y la frustración , por ejemplo , cuando como mamá nos tardamos unos minutos más para darle de comer al bebé y éste explota en llanto pero se tranquiliza cuando lo sostenemos y lo alimentamos.
Winnicott nos enseñó que son estos momentos de frustración como mamá, aquellos espacios de incertidumbre y de impotencia en la crianza, lo que le permite al niño pueda ver que sus padres no tienen todas las respuestas y es así como, poco a poco, se puede separar, pasar de la dependencia a la independencia y, a partir de esta experiencia, buscar respuestas propias al crecer. Es ahí, donde se da un espacio de creatividad en el niño, donde comienza a pensar por sí mismo, y más adelante logra tener un criterio propio.
Al observar a sus padres vulnerables y con errores comienza el desarrollo de la empatía, de la capacidad de espera, de la tolerancia a la frustración y de la autonomía, aspectos elementales del desarrollo emocional temprano. Por favor papás no caigamos en la sobreexigencia parental.
No podemos perder de vista que es tarea que tenemos como padres es cuidar la mente y las emociones de ambos (de nosotros y de nuestros críos) y es este el camino para lograr ser esa figura de protección que el niño necesita. Siempre habrá momentos de dudas, pero Winnicott enfatiza que es la devoción de la madre por su hijo lo que hace que pueda conectar con él y cubrir sus necesidades, no el ser experta en temas de desarrollo.
El reto diario es difícil, pero más difícil resulta la amenaza de ejercer una crianza impecable, sin considerar que cargamos cada uno con una historia que nos hace únicos. Los niños no necesitan padres perfectos, sino padres vivos que actúen de manera genuina y que se equivoquen desde un lugar individual, auténtico. Es ésta la mejor manera de crear un vínculo profundo, sólido y real.
Información de la Psic. Beatriz Carrión (BBMundo)
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